viernes, 16 de noviembre de 2007

Once minutos

- Iré a buscarte, dijo él.
- No lo hagas. Me voy dentro de nada a Brasil. No tenemos nada que darnos el uno al otro.
- Iré a buscarte como cliente.
- Eso será una humillación para mí.
- Iré a buscarte para que me salves.
Él había hecho aquel comentario al principio, sobre el desinterés por el sexo. Ella quiso decir que sentía lo mismo, pero se controló; había ido demasiado lejos en sus negativas, era más inteligente permanecer callada.
¡Qué patético! Una vez más estaba allí con un chico, que esta vez no le pedía un lápiz, sino un poco de compañía. Miró a su pasado y, por primera vez, se perdonó a sí misma: no había sido culpa suya, sino del niño inseguro, que había desistido a la primera tentativa. Eran críos, y los críos se comportan así, ni ella ni el niño estaban equivocados, y eso supuso un gran alivio, se sintió mejor, no había desperdiciado su primera oportunidad en la vida. Todos lo hacen, es parte de la iniciación del ser humano en busca de su otra parte, las cosas son así.
Sin embargo, ahora la situación era diferente. Por mejores que fuesen las razones (me voy a Brasil, trabajo en una discoteca, no hemos tenido tiempo de conocernos bien, no me interesa el sexo, no quiero saber nada del amor, tengo que aprender a administrar haciendas, no entiendo nada de pintura, vivimos en mundos diferentes), la vida la desafiaba. Ya no era una niña, tenía que escoger.
Prefirió no responder. Aceptó su mano, como era la costumbre en aquella tierra, y se fue en dirección a su casa. Si él era realmente el hombre que le gustaría que fuese, no se dejaría intimidar por su silencio.


Un fragmento del libro “Once minutos”, el autor es Paulo Coelho y narra la vida de una prostituta, que no por eso deja de sentir, de desear el amor, de tener luz propia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola clau y mmmmm creo que esta historia se me hace conocida asi como la mia
saludos